Yo contengo multitudes

El ser humano ingiere una media de un millón de microbios por cada gramo de alimento que come y hay más bacterias en nuestro intestino que estrellas en nuestra galaxia. Son dos de las asombrosas conclusiones del fascinante libro de divulgación científica Yo contengo multitudes, de Ed Yong, cuyo subtítulo deja claro su enfoque: "los microbios que nos habitan y una visión más amplia de la vida". Es una obra excepcional, en la que el autor logra contar de forma ágil y con sentido del humor cuestiones no siempre sencillas, sobre todo para alguien nada experto en el asunto abordado. Es una delicia. Si se recuerdan los libros por el impacto que provocan en el lector, por cómo transforman su visión del mundo, sin duda Yo contengo multitudes es un libro inolvidable, extraordinariamente valioso. 

En uno de los pasajes de la obra, el autor escribe cómo el estudio que dio lugar al libro trasformó su forma de ver la vida alrededor, porque todo cambia cuando se conocen las relaciones con los microbios, tantas veces reducidas a imágenes simplonas y no siempre verdaderas. Porque los microbios, explica Yong, no son sólo patógenos peligrosos que eliminar. Más bien ocurre al contrario en no pocos casos: son necesarios, ya que colaboran con los seres que les acogen. En nuestro intestino hay microbios que son imprescindibles para la digestión y en otras especies esta relación es aún más estrecha. Por eso, escribe Yong, "me sorprendió lo diferente que me parecía todo con los microbios en la mente. Cada visitante, cada cuidador y cada animal me parecían un mundo con piernas, un ecosistema móvil que interactuaba con otros, en gran parte, ignorantes de sus multitudes internas". 


Toma prestado el autor un verso de Walt Whitman para describir las multitudes que todos contenemos. En esto al menos, escribe, Orson Welles estaba equivocado cuando escribió que "nacemos solos, vivimos solos y morimos solos". No es así, al menos no si contamos con todos los microbios que nos acompañan. Este libro ofrece al lector un asombro tras otro. Es apasionante. Recorre el mundo el autor, por ejemplo, hasta Micropia, un museo en Amsterdam dedicado a los microbios. Tras este libro hay una curiosidad  por el mundo que nos rodea y, sobre todo, por el que nos habita, que fue la misma motivación que condujo a Antony van Leeuwenhoek a contemplar el agua en uno de los microscopios que desarrolló en el siglo XVI. Todo sería diferente a partir de entonces. Entreabrió la puerta a un mundo nuevo, que es el que aún está a medio descubrir, en realidad, el que aborda esta obra maravillosa, que en algunos pasajes plantea más preguntas que respuestas, pues la investigación está desarrollándose aún en muchos campos. Es esa sensación portentosa de que hay personas dedicando su vida a descubrir todo aquello que aún no sabemos, por ejemplo, cómo pueden ayudar a erradicar enfermedades los microbios. 

Leemos, por ejemplo, la relación entre las bacterias y esa reacción tan común de perder el apetito cuando estamos tristes o preocupados. "Los problemas psiquiátricos y los problemas digestivos a menudo van de la mano. Los biólogos hablan de un 'eje vísceras-cerebro', una línea de comunicación bidireccional entre las vísceras y el cerebro. Ahora sabemos que los microbios intestinales forman parte de ese eje en ambas direcciones", leemos. "El microbioma (los microbios que componen nuestro organismo) puede afectar al comportamiento del anfitrión, incluidas sus actitudes sociales y su capacidad para dominar el estrés". 

El autor explica que los científicos que estudian los microbios suelen tener una bacteria predilecta y que es común que se les ponga a éstas el nombre de estudiosos de este campo. La favorita del escritor es la Wolbachia, llamada así en honor a Simeon Burt Wolbach. "Es mi microbio. Su comportamiento es impresionante, y su propagación, majestuosa. También es el ejemplo perfecto de la naturaleza dual de los microbios como compañeros o parásitos", escribe Yong. La Wolbachia, por ejemplo, mata a los embriones masculinos de la mariposa luna azul. ¿Por qué? Porque "la Wolbachia sólo puede pasar a la siguiente generación de huéspedes en los huevos; los espermatozoides son demasiado pequeño para contenerlas. Las hembras son su billete al futuro; los machos son un callejón sin salida evolutivo". Por eso, este microbio provoca que algunas especies se reproduzcan sólo entre hembras, haciendo innecesarios a los machos para la reproducción, sencillamente porque le interesa. 

Más ejemplos fascinantes de la compleja relación de todos los seres, incluidos nosotros, con los microbios que la habitan. Contener un microbioma rico protege frente a enfermedades y es necesario. "La hipótesis, tal como se presenta ahora, sostiene que los niños de los países desarrollados ya no sufren las enfermedades infecciones que solían contraer antes, y así crecen con sistemas inmunitarios inexpertos y asustadizos. Son más sanos a corto plazo, pero su sistema inmunitario siente pánico y exagera sus respuestas a desencadenantes inofensivos, como el polen", leemos. De ahí que el abuso de antibióticos sea un error fatal. "Los antibióticos son armas de choque. Matan a las bacterias que queremos matar, y de paso a las que no queremos matar, un método que es como destruir una ciudad con una bomba atómica para eliminar las ratas", avisa. Por eso mismo, el exceso de higiene no es tan positivo como pensamos. "La higiene ha llegado a significar un mundo libre de microbios, sin darnos cuenta de las consecuencias de un mundo así. Hemos arremetido contra los microbios demasiado tiempo, y creado un mundo que es también hostil a los que necesitamos". 

Este fascinante libro cambia por completo la visión de los microbios como enemigos a exterminar, pero tampoco quiere caer en el otro extremo, porque, añade, algunos microbios también provocan efectos devastadores en los seres en los que habita, y los beneficios de otros están muy en duda. Se trata, pues, de entender que la relación con estos seres minúsculos es mucho más rica y compleja de lo que solemos pensar. Las bacterias son fascinantes porque "pueden intercambiar ADN con tanta facilidad como nosotros intercambiamos números de teléfono, dinero o ideas". De ahí que se considere emplearlas como remedio para enfermedades. Pero, avisa el autor, "comparado con el bombo en torno a los probióticos, sus beneficios son modestos". De ahí que los reguladores hayan obligado a catalogar como alimentos y no como medicamentos a los probióticos. 

Hay muchas más historias apasionantes en el libro, como el efecto positivo en muchas enfermedades de los trasplantes fecales (como suena), o el impresionante trabajo de un grupo de científicos que combate el dengue manipulando a mosquitos que transmiten esta enfermedad con la Wolbachia, lo que les permitió lograr que no hubiera más casos de esta enfermedad en la localidad donde hicieron la prueba, lo que abre la puerta a erradicarla en un futuro no muy lejano. Yo contengo multitudes es, en fin, un libro excepcional, del que uno sale con una visión totalmente distinta del mundo y de sí mismo que la que le llevó a curiosear por sus páginas. Un ejemplo portentoso de lo valiosos y necesarios que son las obras divulgativas como esta, que acerquen la ciencia al lector medio, sobre todo, cuando se cuentan realidades complejas con el tono didáctico y divertido de Ed Yong. 

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