Conviene tener un sitio adonde ir

Emmanuel Carrère cita una frase de Kafka en uno de los artículos que el escritor francés recopila en Conviene tener un sitio adonde ir (Anagrama) que resume bien su forma de entender su oficio: "nosotros los escritores nos ocupamos de lo negativo". A Carrère no le interesan las historias convencionales, ni las sencillas. Le atrae, sobre todo, lo oscuro, lo complejo, lo negativo. Es muy revelador de su forma de escribir la fascinación que siente por Rusia y la antigua Unión Soviética. Le atrae no porque le maraville, sino porque le espanta esa "historia grandiosa y espeluznante". Muchas de las páginas de este libro, que reúne artículos escritos entre 1990 y 2015, versan sobre Rusia. Y todas muestran la inteligencia de Carrère, su prosa limpia y directa, su inevitable fascinación por personajes extraños, temibles, peculiares. 

En otro de los artículos de esta obra, que tanto disfrutarán los seguidores del escritor francés y que tan buen punto de entrada a sus obras resultará para quienes no lo sean, escribe Carrère que "en mi oficio me considero una especie de pintor de retratos". Y eso es, sustancialmente, lo que hace. Busca en lo más profundo del ser humano, en sus sombras. Se acerca a delincuentes, estafadores, tipos infames, siempre sin querer justificar sus acciones, pero sí pretendiendo comprenderlas. El artículo que abre el libro, por ejemplo, cuenta la historia de un joven juzgado por intentar matar a su madre biológica. De él escribe que hablaba "como alguien que prefería callarse, con una corrección extrema, con un afán de neutralidad casi pedante". El desarrollo y el desenlace de la historia, puro Carrère, autor de obras (y artículos, en este caso) de no ficción, marca el tono del resto de la obra. 


Rusia, sí, aparece en muchas páginas de Conviene tener un sitio adonde ir. En uno de sus artículos define la Unión Soviética como "un experimento a gran escala" del que "el aspecto más irremediablemente visible, el que se reivindicaba y se destacaba, consistía en abolir la propiedad privada", y cuya vertiente última "consistía en abolir la realidad". Él, que se siente fascinado por historias complejas, por personas que viven varias vidas, que engañan a todo el mundo alrededor, no puede dejar de verse atraído por Rusia y su historia. Pero no mira hacia allá sólo con ironía, ni con ningún atisbo de superioridad. Recuerda, por ejemplo, aquella vez en la que los alemanes propusieron a Stalin cambiar a su hijo Yákov, que había sido hecho prisionero, por el mariscal de campo Paulus. "No cambio a mariscales de campo por simples tenientes", respondió Stalin.

Aquel suceso, las convicciones de tantas personas dispuestas a morir o dejar morir a sus seres queridos por una idea, le remueve profundamente. Carrère dice que comparte con Albert Camus su postura de preferir siempre a su madre si le dan a elegir entre la justicia y ella. Pero, y en los peros siempre están las claves de los textos del autor francés, "me parecería una lástima que nos resultara totalmente incomprensible el heroísmo que consiste en elegir, por difícil que sea, un ideal común contrario a los afectos personales". 

Varios de los artículos recopilados en esta obra son los embriones de algunos de los libros que después escribiría Carrère. Por ejemplo, cuenta en varios de ellos la historia de András Toma, un soldado húngaro que estuvo cinco décadas internado en un psiquiátrico de Rusia, el último prisionero de la II Guerra Mundial, que es la base, o una de ellas, de la portentosa Una novela rusa. También hay artículos dedicados a Limónov, a quien Carrère dedicó otro de sus mejores libros, y a Jean Claude-Roman, protagonista de El adversario, el hombre que engañó a todos hasta que la única salida que encontró a su red de mentiras fue asesinar a todos sus seres queridos e intentar suicidarse.

En las páginas de esta obra recopilatoria el lector encuentra igualmente referencias a otras obras de Carrère como De vidas ajenas o la extraordinaria El Reino, que sigue siendo mi preferida del autor francés, en la que entrelaza la historia de los primeros cristianos con sus reflexiones personales, rememorando una época en la que se acercó a la religión. Ahora se declara "agnóstico, ni siquiera lo bastante creyente para ser ateo" y se pregunta cómo "una pequeña secta judía, fundada por unos pescadores analfabetos, unida por una creencia absurda por la cual ninguna persona razonable hubiera dado un sestercio, devoró desde el interior, en menos de tres siglos, al imperio romano y, contra toda verosimilitud, perduró hasta nuestros días". Pero todo ello, sin el menor cinismo. Carrère no entiende de ello. 

Reseñaría aquí multitud de artículos de los que recoge Conviene tener un sitio adonde ir. Me limitaré a resaltar unos pocos. Por ejemplo, el dedicado a Alan Turing, su fascinante vida y el modo en le que mantuvo en secreto su papel crucial para ayudar a ganar la guerra, descifrando el código de mensajes de los nazis. "Quizá Turing temiese que le tomasen por loco si llegaba a explicar que en cierto sentido había ganado la guerra", leemos. Cuenta Carrère que Turing ganó la guerra, pero perdió la paz, que se convirtió "en una no personalidad, en el Trotski de la revolución informática", él, considerado el padre de la informática. También aborda su triste historia personal, condenado por ser homosexual, y su muerte, presumiblemente, un suicidio al morder una manzana con veneno. 

Comparte Carrère en otros artículos su fascinación por actitudes heroicas o viles, pero todas ellas extremas, complejas. Por ejemplo, cuenta cómo alguien fue fusilado en la Unión Soviética tras afirmar que "no estoy en absoluto en contra de la revolución, pero antes teníamos pan y ahora no lo tenemos. Entonces, ¿dónde está el pan?" También en Rusia, porque el autor siempre vuelve a Rusia, cuenta Carrère que "una de las cosas que me conmueven allí es la ausencia de humor. En Francia vivimos bajo el reino del humor y de los sobreentendidos obligatorios". Con su prosa clara y directa, Carrère regala también frases potentes, que estallan en las manos de los lectores, como esta, cuando habla de Philip K. Dick y cómo abrazó la religión en la parte final de su vida: "el encuentro con Dios es a la enfermedad lo que la muerte es al cáncer: la conclusión lógica de un proceso morboso". O cuando habla de "los años del rock and roll, en los que todo parecía peligroso a la vez que posible". O esa otra frase, magnífica, en la que hablando en parte de sí mismo escribe sobre "la paradójica comodidad que existe en no atreverse a ser feliz". 

Entre todos los artículos y crónicas de este libro, que Carrère edita en un proceso de sequía, de falta de ideas para emprender nuevos libros, según él mismo ha declarado en entrevistas, hay dos que sobresalen por encima del resto: los textos dedicados a la fotoperiodista Darcy Padilla, que llevó su compromiso de retratar la vida de personas vulnerables mucho más lejos de sus fotografías (La vida de Julie), y la crónica sobre el Foro de Davos del año 2012, en plena crisis. La mirada, siempre lúcida e inteligente del escritor francés, se posa en las élites económicas. Escribe sobre el "espectáculo de un capitalismo financiero movido por la obsesión del beneficio, indiferente a las consecuencias sociales y las desigualdades vertiginosas que ocasiona, exento desde hace treinta años de toda regulación, privatizando las ganancias y socializando las pérdidas, despreciando a los Estados, a los que considera una supervivencia soviestoide, pero contando con ellos cuando el viento cambia, y que, de crisis en crisis, arrastra a los países occidentales hacia un naufragio en el que las clases medias parecen encaminadas a hundirse del todo mientras que a ellos, los responsables, los evacuarán en helicóptero". Y se pregunta Carrère si los ponentes del Foro de Davos saben que "Davos es el Versalles de esta aristocracia", si son conscientes del riesgo de que "una nueva revolución de 1789 amenace sus privilegios". Se responde que, claramente, no. 

Esperamos ansiosos los nuevos trabajos de Carrère, pero Conviene tener un sitio adonde ir nos permite volver a disfrutar con su inteligencia, con su forma honesta de entender su oficio, ocupándose de lo negativo, sí, como afirmaba Kafka, ejerciendo de retratista de las partes más oscuras e incomprensibles del ser humano. Carrère sigue ofreciendo algo que muy pocos ofrecen con sus textos, sigue siendo uno de los pocos insustituibles y necesarios

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