PP, Ciudadanos y la izquierda perdida

Dijo el otro día Felipe González que la sociedad española ha girado a la derecha en los últimos años. Dejando a un lado que se podría haber puesto a él mismo de ejemplo, tiene razón. Las dos grandes polémicas políticas de estos días: Cataluña y el enfrentamiento entre PP y Ciudadanos por el voto de derechas, lo confirman. En ellas se mueve con enorme incomodidad la izquierda. El debate territorial, tan de bajas pasiones, tan de banderas e himnos, tan nacionalista, rompe los esquemas de los partidos de izquierdas. Desde luego, de Podemos, cuyo discurso conciliador y partidario de un referéndum consensuado en Cataluña no convence en el resto de España. Y también del PSOE, que de pronto se ve apoyando de forma acrítica al gobierno, ese mismo gobierno que unos meses atrás decía que iba a intentar desalojar de la Moncloa. 


Ahora mismo, viendo las encuestas, esas historias de ficción, por otro lado, parece que hay dos alternativas para España: un gobierno del PP u otro de Ciudadanos. Es decir, derecha o derecha. El partido conservador tradicional o el que le está arañando votos, con una imagen algo más renovada y sin pasado de corrupción que le manche las manos. Ni rastro de la izquierda por ningún lado. No contribuye a cambiar la situación el equilibrismo constante de Pedro Sánchez, que en el poco tiempo que lleva en primera línea política ha pasado de pactar con Ciudadanos a desacreditarlo, de intentar llegar acuerdos con Podemos a criticarlo por populista, de anunciar que no daría ni agua al gobierno a echarse a sus brazos en la cuestión catalana. El PSOE de Sánchez no se distingue hoy gran cosa del de los barones y la gestora que le derrocó en aquel golpe palaciego para propiciar la abstención que permitiera a Rajoy seguir gobernando. 

La crisis de la izquierda, desde luego, no es exclusiva de España. En Francia, por ejemplo, los socialistas obtuvieron un resultado mediocre, casi residual, en las últimas elecciones. En Estados Unidos está gobernando Donald Trump, está todo dicho. Los partidos socialdemócratas están en retirada en muchos países de Europa, porque no han sabido encontrar un discurso alternativo al imperante. Eso se ha notado especialmente en la última crisis financiera. Ningún gobierno de izquierdas ha propuesto un modelo distinto al de la austeridad extrema, todos se han plegado, en mayor o menos medida, al pensamiento único dominante en la UE. Además, de pronto, el votante tradicional de las formaciones de izquierdas, la clase trabajadora u obrera, como se quiera llamar, también se ha distanciado de esos partidos, que no han sabido conectar con ellos, porque el mundo ha cambiado demasiado. 

La batalla entre PP y Ciudadanos es curiosa y paradójica por varias razones. Por primera vez en décadas, el partido tradicional de la derecha siente lo que le ha ocurrido siempre a los partidos de izquierdas, la división, las guerras fratricidas, las luchas por el mismo grupo de votantes. Ya hemos vivido antes las desaforadas expectativas que le dan las encuestas, sobre todo algunas, a Ciudadanos, que luego en las elecciones no se corresponden con la realidad. No sé si es creíble, por ejemplo, que el partido de Albert Rivera sea hoy el que más apoyos recibiría, con casi ocho puntos de ventaja sobre el PP. Pero sin duda las encuestas internas que maneja el partido del gobierno no deben de ser muy alentadoras para sus intereses, vista la furia con la que se han lanzado a criticar a Ciudadanos

También resulta divertido, o cínico, según el día, uno de los puntales de la oposición aparente de Ciudadanos al PP, consistente en recordar los múltiples escándalos de corrupción del partido en el gobierno. Tiene razón Rivera cuando ataca al PP por todos esos casos. El problema es que el PP sigue gobernando, precisamente, por el apoyo de Ciudadanos. Resulta incoherente criticar tanto a un gobierno al que se apoya, del que se es socio. Lo extraño es que, al parecer, a sus votantes no les parece raro. Parece igualmente desmoralizando que la reacción del PP ante esta presión creciente de Ciudadanos haya sido atacar, en vez de intentar hacer política, para variar. El fracaso de no sacar adelante unos nuevos presupuestos ni apenas ninguna ley se puede achacar al enrevesado escenario político, claro, pero no deja de ser un absoluto fracaso. La parálisis, aunque le ha funcionado bien a Rajoy hasta ahora, no puede ser una opción. 

Parte importante de esta batalla en la derecha española se libra en el terreno catalán, lo que resulta devastador para quien quiera encontrar una solución pactada a este embrollo. Porque esa batalla es, básicamente, un duelo por ver quién es más nacionalista. Ahí está, por ejemplo, la guerra patética de tuits de dirigentes del PP y de Ciudadanos por ver quién se emocionó más con la inenarrable versión del himno de España de Marta Sánchez. Y eso casi es divertido. Más preocupante resulta ese duelo por atraer al creciente voto nacionalista español, el de la mano dura, el de las medias verdades sobre Cataluña, el de las banderas en los balcones, el que considera insoportable el nacionalismo, salvo que sea el propio, naturalmente, que en ese caso se considera hermoso y noble patriotismo. Es inquietante, porque quizá lo mejor para dar respuesta al problema político que existe en Cataluña lo mejor no sea responder con rancio nacionalismo. Y me temo que es lo que están haciendo los dos partidos con más intención de voto en España. Y, lo que es peor, me temo que eso es precisamente lo que está dando votos a Ciudadanos, al tiempo que ningún otro partido es capaz de plantear una alternativa creíble que no pase por banderas e himnos. 

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