La última bandera

Desde la excepcional Boyhood, ese milagro audiovisual, esa película tan indistinguible de la vida, intento seguir de cerca los pasos de su director, Richard Linklater. Gracias a la fascinación que me despertó aquella obra maestra pude acercarme a otras obras anteriores de su autor, como esa maravillosa trilogía del amor que forman Antes del amanecer (1995), Antes del atardecer (2004) y Antes del anochecer (2013). Después de la cinta rodada en 12 años, de esa inolvidable historia en la que Linklater jugó con el tiempo y lo moldeó para rodar una obra maestra, el director estadounidense estrenó Todos queremos algo, una cina menor en su filmografía, pero también encantadora, que comienza donde terminó Boyhood, en la universidad, donde todo parece posible y las ilusiones y los deseos aún abrasan. 

La última película de Linklater, estrenada este año, ha sido una versión cinematográfica de La última bandera, novela en la que Darryl Ponicsán continúa la historia de su obra más reconocida, El último deber. La cinta se me escapó de la cartelera, así que tengo pendiente verla en cuanto esté accesible en las plataformas digitales o a la venta en DVD. Lo que me quedó, al menos, fue la opción de leer la novela en la que se basa. Desconozco qué resultado le habrá dado al enorme Linklater este libro, pero sin duda, la historia lo tiene todo para constituir una película muy interesante. Por el magnetismo de sus personajes, por su lucidez, por su mirada crítica de la política estadounidense y, en general, por unos diálogos de mucho peso entre los tres amigos protagonistas que se reencuentran 32 años después de la última vez. 


La historia comienza cuando Larry Meadows acude al bar ruinoso que regenta el veterano de la Marina Billy Bid-Ass, a quien le pide que le acompañe a enterrar a su hijo, un soldado muerto en Irak, en aquella guerra infecta a la que el gobierno de George W. Bush llevó a miles de soldados sobre la base de una mentira. Meadows recluta también para tan penosa misión a Mule, su excompañero, el que compartió con ellos la historia de la novela anterior de Ponicsán, de la que los protagonistas rememoran algunos episodios, lo que no evita que quienes no la hemos leído sintamos la necesidad de buscarla en la biblioteca. Mule ha cambiado mucho, es un pastor que está al frente de una iglesia. Nada parece quedar del compañero de correrías y juergas del pasado. 

Los tres viajan a la base militar a la que llega el hijo de Meadows, fallecido "como un héroe" en Irak. Al final, por distintas razones, su padre decide no enterrar al soldado muerto en el cementerio de Arlington, el que está reservado para los héroes de guerra estadounidenses fallecidos en combate, sino en su casa, junto a su madre, fallecida un año atrás. En el camino que hacen los tres amigos, comparten conversaciones sobre la pase del tiempo, la madurez, la amistad, la religión (para fastidio de Mule, muy religioso ahora, a diferencia que en su último encuentro) y, sobre todo, la guerra. Se leen pasajes extraordinariamente críticos con la guerra de Irak y con la política exterior estadounidense de entonces. Se llega a preguntar uno de los protagonistas si Bush estaría dispuesto a emprender aquella guerra si eso pudiera implicar la muerte de una de sus hijas. 

También comparten sus críticas a la obsesión post 11-S con la seguridad y la lucha contra el terrorismo que, como supimos tiempo después de la publicación de la novela, dio lugar a excesos y a invasiones de la libertad individual de los ciudadanos. Los protagonistas de la obra se ven envueltos en un episodio que parece surrealista (uno se ríe mucho leyendo esta novela, a pesar de lo triste de su argumento), pero que sirve como el mejor reflejo de hasta dónde puede conducir una posición extremadamente paranoica. Los diálogos de los tres protagonistas, tan distintos, pero en el fondo, tan leales entre sí, porque comparten una experiencia del pasado que significó mucho para todos ellos y porque tienen en común también una cierta forma de estar en el mundo, son excepcionales. Billy, del todo políticamente incorrecto; Mule, que se siente mal cuando sus viejos amigos le hacen decir cosas que creía superadas; y Meadows, que se ve solo en el mundo tras la muerte de su hijo y tiene que tomar decisiones difíciles. Los tres diferentes, sí. Los tres personajes muy tocados, pero no hundidos. Muy zarandeados por la vida, pero no derrotados del todo, aún con esa lucidez cansada de quien ha vivido mucho. Es una novela recomendable que no hace más que incrementar las ganas de ver qué ha hecho con ella Richard Linklater, autor de la gran joya cinematográfica del siglo XXI. 

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