Másteres, mentiras y oxímoron

Cuando eldiario.es destapó el escándalo del máster fantasma de Cristina Cifuentes en la Universidad Rey Juan Carlos de Madrid (URJC), lo más imperioso era investigar si la presidenta de la Comunidad de Madrid había tenido trato de favor. Se han despejado todas las dudas, es obvio que así fue. Pero ahora la cuestión es otra, porque se han podido cometer delitos serios en esta universidad pública para salvar la carrera política de Cifuentes, que no tiene el menor reparo en arrastrar por el fango la imagen de la URJC ni en demandar a periodistas por hacer su trabajo con tal de no reconocer sus mentiras. Cifuentes ha mentido, sin duda. Y es eso, más aún que las sospechas muy fundadas de que no cursó tal máster ni hizo trabajo alguno, lo que oscurece su horizonte político. Ha actuado de forma deshonrosa, pero, sobre todo, ha mentido, dando distintas versiones de lo ocurrido, engañando de forma descarada con pasmosa facilidad. 


Nadie encuentra el trabajo de fin de máster de Cifuentes. Alguien "reconstruyó" el acta que la presidenta de la Comunidad de Madrid empleó para responder a la primera información periodística sobre este escándalo. Se falsificó la firma de dos profesoras, o eso dicen ellas, que aseveran que no formaron parte de ningún tribunal. El director del máster asegura que Cifuentes le enviaba las distintas versiones de este trabajo fantasma a través de un chófer, debe de ser porque las palomas mensajeras estaban muy ocupadas en otros menesteres. Hay una guerra interna en la URJC, porque si se confirman las últimas informaciones, alguien ha cometido delitos serios. Cifuentes se matriculó tres meses después de que comenzara el máster en el curso. La cuestión no es tanto plantearse si la presidenta miente o no, más bien cabe plantearse si Cifuentes ha dicho alguna verdad en las dos últimas semanas. Casi la mejor opción para ella es que se acredita que "sólo" tuvo un descarado e inadmisible trato de favor. Todas las demás versiones de la historia son aún peores. Y todas, desde luego, deberían conducir a su dimisión. 

No importa quién ha filtrado esta información. Se habla de fuego amigo. Algún medio publica el posible origen de estas noticias. Es lo de menos. Lo importante no es de dónde salga la información, sino la información en sí misma. Es evidente que Cifuentes se enfrentó a un sector, presuntamente corrupto, del PP madrileño. Pero eso es perfectamente compatible con que ella haya mentido y deba dimitir por ello. Tampoco importan demasiado las consecuencias políticas de ello. Es tan sencillo como que una persona deshonesta no debería presidir ni una comunidad de vecinos. Como dijo alguien alguna vez, los ciudadanos se merecen un gobierno que no les mienta. 

Lo más grave de este escándalo es cómo Cifuentes está ensuciando la imagen de una universidad pública. Es inadmisible, por todos los estudiantes actuales de la URJC, por todos los titulados de verdad, los que tienen a manos sus títulos, los que guardan sus trabajos, porque les ha costado un esfuerzo. No se lo merecen tampoco los profesores de esa universidad. Ni se lo merece, desde luego, la universidad pública en su conjunto, porque es la más poderosa arma de igualdad de oportunidades, al garantizar (o facilitar, al menos) el acceso a la educación superior a todo el mundo (que tenga dinero para pagar las cada vez más elevadas tasas). La universidad pública debería ser intocable y, desde luego, desacreditarla para esconder las propias mentiras o utilizarla para hacer tratos de favor a dirigentes políticos es algo intolerable. 

Este escándalo está sirviendo para ver la auténtica cara de Cifuentes y también para retratar a Ciudadanos. Si no fuera tan grave, resultaría hasta enternecedora la posición del partido naranja en este asunto. Su líder en Madrid, Ignacio Aguado, exigiendo una "comisión de investigación urgente", maravilloso oxímoron, como si eso existiera, como si abrir una comisión de investigación no fuera el clásico recurso político para acallar un escándalo y ralentizar su resolución lo máximo posible. O su líder nacional, Albert Rivera, desacreditando las noticias sobre el máster fantasma de Cifuentes porque procede, ojo, de "periódicos digitales". Ay, la tecnología. Ay, el siglo XXI. Vaya por dios. O, mejor aún, afirmando que no apoyará la moción de censura que plantean el PSOE y Podemos porque no se quiere repartir sillones, que es un modo poco sutil de decir que prefiere que Cristina Cifuentes siga ensuciando el sillón de presidenta de la Comunidad de Madrid con sus mentiras. La regeneración política era esto. 

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