Sant Jordi, perpetuo amor a primera vista


El editor Jorge Herralde decía en una reciente entrevista con El Mundo que “si tuviera que elegir una patria, ésta sería el barrio latino de París”. En esta línea, yo elegiría sin duda La Rambla de Barcelona el 23 de abril. La ciudad, hermosa siempre, acoge la mejor fiesta del año, Sant Jordi, en la que barceloneses y visitantes se echan a la calle para regarlarse libros y rosas, para compartir la literatura y celebrar el amor. Escribo estas líneas tras regresar al hotel, después de un día fascinante, que me dejará una deliciosa e intensa resaca emocional. Escribo hoy, en caliente, porque sólo así, tal vez, puede acercarme a expresar con palabras lo que siento, lo que me ha vuelto a transmitir este día mágico, siempre tan igual a otros años, siempre tan diferente, tan único. Es mi tercer Sant Jordi en Barcelona, pero me ha enamorado y sorprendido como el primero. Y creo que así será cada año, un amor a primera vista perpetuo, que se repite año a año, que mejora cada 23 de abril, que emociona con esa fiesta ejemplar en torno a la cultura. 

He empezado el día pronto, en parte porque por la mañana a primera hora es el mejor momento para pasear por los puestos de libros y curiosear sin aglomeraciones, y en parte porque no aguantaba más en el hotel sabiendo lo que empezaba a vivirse en la calles de la ciudad. La visión por la ventana de varios puestos ya montados en el Passeig de Gracia fue como el pistoletazo de salida. Tocaba salir a la calle y disfrutar de esa explosión de rosas, de esa multitud de libros, de esos ríos de personas que celebran Sant Jordi con la intensidad propia de una fiesta que concentra la vida en 24 horas y que no regresará hasta el próximo año. En la Plaza de Catalunya, como cada año, TV3 tiene situado un estudio en la calle, desde el que ha compartido todo el día una programación especial de cara al público, con entrevistas a escritores y con actuaciones musicales. Al lado, varias radios y otros medios locales y autonómicos, como Catalunya Radio, o estatales, como Los 40, celebran también en la calle, donde debe ser, la Diada de Sant Jordi. Los libros son, por supuesto, los protagonistas absolutos del día, pero cada año Sant Jordi me permite también disfrutar en director de grupos que conozco, como La Pegatina (con su marcha imparable) o Els amics de les arts (que acaban de sacar un nuevo disco y cuyo tema Ya no ens pasa he podido escuchar fácilmente 50 veces en la última semana), y otros desconocidos para que tendré que empezar a seguir de cerca, como Obeses o Els catarrers

También hay contenidos interesantes, como un debate en Catalunya Radio entre el poeta Joan Margarit y la filósofa Marina Garcés sobre el papel de la literatura y la filosofía en la vida. Ambos coinciden en señalar la relación especial entre sendas áreas. Margarit, que declara que la poesía no conoce la mentira, afirma que “la filosofía sirve para detectar nuestras debilidades y la poesía, para enfrentarlas y sobrellevarlas”. 



La música ha vuelto a tener este año su espacio en Sant Jordi, sí, igual que las rosas, de distintos colores. pero los libros son y siempre serán el centro de esta fiesta única. Joan Lluis-Lluís, ganador del premio Sant Jordi el año pasado y cuya nueva obra está ambientada en este día único, declaró a La Vanguardia que Sant Jordi es la fiesta en torno al libro más grande del mundo y que, si fuera preciso, vendría andando cada año a Barcelona desde Francia, donde vive. Y sigue con una frase tan hiperbólica como precisa, tan aparentemente exagerada como cierta, tan irónica como reflexiva: “igual que los musulmanes acuden a La Meca, una persona que ama los libros debería venir a Cataluña por Sant Jordi”. Tal cual. Hay amor a los libros por todas partes. Los escritores sin estrellas del rock por un día. Nada importa más que los libros, que las historias que nos esperan, de las que nos removerán y transformarán. Tan pronto te encuentras en una caseta con Fernando Aramburu, que sigue triunfando en ventas con su excelente Patria, firmando libros al lado de Eduardo Mendoza, como ves a cantautores que miman el idioma y ponen música a su poesía, como Marwan

Barcelona celebra cada 23 de abril una fiesta única en torno a los libros, en la que hace siempre especial ilusión ver a los más pequeños buscando libros. Por la mañana, grupos de colegiales recorren las casetas en busca de distintos libros por estilos y temáticas, en una ficha que deben completar para la escuela. Por cierto, tuvieron cierta dificultad para encontrar libros de economía. “¿Economía y política son lo mismo?”, preguntó uno. “Sí, sí, para economía nos vale el de política”, le respondió otro. A veces, sin saber se acierta bastante. También gusta, claro, ver a tantas parejas intercambiando rosas, libros y besos en las calles. Y disfrutar rodeado de una marea humana, no sólo en La Rambla, centro neurálgico de Sant Jordi, sobre todo este año, que la Rambla de Cataluña y el Passeig de Gracia han cedido aún más espacio a los libros, lo cual considero un acierto. 



Después de comer, en la maravillosa Plaza Real, un pequeño oasis al lado del jolgorio de La Rambla, recorro los puestos, algo menos concurridos que a otras horas, aunque no tanto, porque al ser un día laboral, muchos barceloneses aprovechan para buscar su libro y su rosa en el descanso de la comida. Regreso fugazmente al hotel, básicamente para descargar el primer cargamento de libros. Enciendo la tele y, por esas conexiones mágicas que a veces surgen en torno a los libros, encuentro tras hacer zapping un programa de literatura presentado por Mercedes Milá, Convénzeme, con la z de Stefan Zweig. Alargo un poco más de lo previsto la parada técnica, porque el programa me engancha. La dinámica es simple y muy interesante: distintas personas deben dar una z verde a una lectura que recomienden, y defender el porqué, y una z roja a un libro que le haya decepcionado por alguna razón. Es muy entretenido, sobre todo porque entre las z rojas hay clásicos venerados. Tras la pausa publicitaria, vuelvo a la calle. Y, tras dar un paseo agradable por los puestos del Passeig de Gracia y comprar algún libro más, regreso a la Plaza de Catalunya y allí, en el programa de la tarde de TV3, está, sí, Mercedes Milá, junto a otros colaboradores, como Gemma Nierga, hablando de libros. A Milá no se le podrá negar su pasión por la literatura y que es un animal televisivo. 



Vuelvo a pasear por las casetas de libros. En las de Fnac hay autores firmando sus obras. Especialmente concurrida está la cola para las firmas de Cuando fuimos los peripatéticos, escrito por Héctor Lozano, creador de la serie Merlí, todo un fenómeno de masas en Cataluña, por la peculiar historia de ese profesor de filosofía que enseña a pensar por sí mismos a un grupo de jóvenes. Junto a él, David Solans, quien interpreta a Bruno en la serie, y que borda en la primera temporada una historia maravillosa de autoaceptación.




Entre los libros presentes en los puestos hay obras de todo tipo, por supuesto, pero se observa este año una mayor presencia de obras sobre el feminismo, igual que en La Nit del Drac, que abrió la fiesta de Sant Jordi la noche del domingo, con poemas y música, y un enfoque abiertamente feminista en varios pasajes. Afortunadamente, algo está cambiando en la sociedad, y es normal y saludable que haya más obras escritas por mujeres y más ensayos sobre feminismo al alcance de los lectores. Ha sido demasiado el tiempo en el que se han acallado muchas voces. Por mi parte, compro Sexismo cotidiano, de Laura Beats, y Mujeres y poder, de Mary Beard, entre otras obras. Un año más, devoró los puestos de libros de segunda mano, que te permite comprar obras interesantes a precios muy asequibles. 

Leo en varios medios que este Sant Jordi ha estado marcado por el artículo 155 y la situación política en Cataluña. Desconozco qué idea de esta fiesta tiene cada cual, pero yo no diría tanto. Es verdad que no se han celebrado actos oficiales de la Generalitat, pero Sant Jordi es fundamentalmente una fiesta de la calle. Y así ha vuelto a ser este año. Y es verdad también que hay lazos amarillos y rosas de este color, pero no es nada distinto a un ejercicio de libertad de expresión, el mismo, más o menos, que la policía no dejó ejercer en la final de la Copa del Rey del fútbol el pasado domingo. Es obvio que la situación política en Cataluña está lejos de ser la deseable. Pero lo que uno ha podido ver hoy en Sant Jordi, salvo que haya querido buscar expresamente lo contrario, es una fiesta excepcional en torno a lo libros en la que asociaciones y partidos políticos de todas las tendencias han tenido sus propias casetas y en las que cada cual ha expresado cómo ha querido, libre y pacíficamente, sus opiniones. La misma tranquilidad y libertad en las casetas de los partidos independendistas que en las de Ciudadanos o Sociedad Civil Catalana.  

Se va acercando el final de este día mágico, algunos puesto empiezan a echar el cierre, los técnicos recogen los micrófonos de los escenarios en los que actuaron los grupos de música. Pero la gente sigue echada a la calle, como resistiéndose a despedirse de Sant Jordi. Toca dar un último paseo por La Rambla, la calle de la que Federico García Lorca dijo que es “la única calle de la tierra que yo desearía que no se acabara nunca”. Como el genial poeta granadino, deseamos que no se acabe nunca esta fiesta en “la calle más bella del Mediterráneo”. Al menos nos queda el consuelo de que ya queda un poco menos para el 23 de abril de 2019. Volveremos a celebrar la literatura y la vida en esta fiesta única, en este perpetuo amor a primera vista. 

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