Eurovisión: un año es un mundo

La victoria de Salvador Sobral en Eurovisión el año pasado fue extraordinaria por muchos motivos. Venció con Amar pelo dois, una canción en portugués, sin fuegos artificiales, con la magia de su voz y la emotividad de la música como únicos aliados, alejado del ruido y la parafernalia de la mayoría de las canciones que acuden a este festival. Fue una especie de milagro. Fue el triunfo de un intruso en Eurovisión. Tras ganar, el portugués dijo que "la música no son fuegos artificiales, la música es sentimiento". Lamentablemente, lo sorprendente y esperanzador de su triunfo ha sido tan efímero como la visión de un oasis en el desierto. Eurovisión volvió a encumbrar anoche a las canciones de verbena y discoteca, aunque al menos nos regaló algún que otro descubrimiento musical y, sobre todo, nos permitió volver a escuchar a Sobral, quien además interpretó el tema con el que ganó el año pasado con Caetano Veloso, palabras mayores. 



Hubo que esperar al final del festival, al espacio de las votaciones, para vivir el mejor momento de la noche. Fue fabuloso ver de vuelta a Sobral, recuperado tras su operación, emocionando de nuevo con su música, demostrando que, en efecto, esto va de sentimiento mucho más que de fuegos artificiales. Fue mágica la interpretación de su nuevo tema, Mano a mano. Después, contó que para él lo mejor de ganar Eurovisión es poder cantar con artistas a los que admira, antes de dar paso a Caetano Veloso, con quien interpretó su fabulosa Amar pelo dois. Valió la pena todo, incluidas las más de dos horas que llevábamos de festival hasta entonces, para escuchar esos dos temas. Incluso valió la pena asistir a la refutación del concepto de música de Sobral, de ese que recela de la pirotecnia y las puestas en escena estrambóticas, esa que no busca sobreexcitar al espectador con estridentes bases electrónicas, o que no recurre a disfraces e imposturas, la que sencillamente emociona, sin más, la que se recuerda, la que deja marca. Porque el festival anoche fue un poco una enmienda a la totalidad del triunfo de Sobral el año pasado y todo lo que él representa. 

Eurovisión tiene muchos alicientes. Uno no menor es el talento de la gente en Twitter, elaborando memes a la velocidad de la luz sobre todos los participantes. El festival se ha vuelto mucho más divertido desde que está Twitter para aderezarlo. También gusta ver las propuestas de los distintos países y encontrar siempre algún tema o algún autor al que seguir. Y gusta, por supuesto, el hecho de que sea un concurso. Una vez al año hacemos como si creyéramos de verdad que se pueden poner las canciones a competir entre ellas, como si de verdad la calidad de una canción dependiera de los votos que le da un jurado o los espectadores. Conservamos el sentido común cuando las votaciones ensalzan a una canción que nos horroriza, y nos reafirmamos en que todos esos votos no la convertirán en una canción menos lamentable, pero perdemos un poco la sensatez cuando los votos sí aprueban a algún tema que nos gusta. Entonces caemos en ese error de creer de verdad que esos votos demuestran la calidad de nuestra canción favorita. De locos. Pero es divertido y se puede debatir con amigos y familiares. Se pasa un buen rato. 

No me gustó nada la canción ganadora de este año, Toy, de Israel, representada por Netta Barzilai. Si leo la letra de la canción sin el insoportable ruido de la base electrónica que le acompaña, encuentro en ella un mensaje positivo y necesario, abiertamente feminista, atrevido y hasta ingenioso en algún punto, como cuando espeta "you're stupid just like your smartphone" (eres estúpido como tu telefóno inteligente). Pero no puedo con esos ritmos electrónicos, ni con esa puesta en escena extravagante, toda esa parafernalia. El mensaje es positivo, sí. Pero se puede hacer una pésima canción sobre una causa justa y necesaria. No es incompatible la buena voluntad con la falta de calidad. Es cuestión de gustos, naturalmente. No caeré en la postura pretenciosa de afirmar que todos los que votaron anoche la canción de Israel carecen de criterio. Simplemente yo tengo uno diametralmente opuesto al suyo. Tiene que haber de todo en el mundo. Además, viendo lo que votamos, españoles en particular y europeos en general, en las elecciones, cómo vamos a preocuparnos por lo que votamos en un festival de la canción. 

Sí hubo algún otro tema que me gustó. Mucho, incluso. Me pareció excepcional You let me walk alone, del alemán Michael Schulte. Para mí, lo mejor de la noche con mucha diferencia. Una canción emotiva, que despierta algo en quien la escucha, que transmite, sin pirotecnia ni estridencias. Fabulosa. Habrá que seguir de cerca a este Ed Sheeran alemán. Acabó cuarto, pero me hubiera gustado igual si hubiera terminado último. Eurovisión vale la pena si nos permite conocer canciones como esta. También me pareció excepcional Merci, de Madame Monsieur, el tema de Francia, que demuestra precisamente que se puede conjugar un mensaje necesario (el del apoyo a los refugiados, en este caso) con una canción más que notable. Fue decimotercera. Mis otras favoritas fueron las propuestas de Austria, original y al menos diferente a todo lo demás y de Irlanda, muy tierna con una fabulosa pareja de dos bailarines narrando una historia de amor (lo que provocó que la actuación fuera censurada en las semifinales en China, por cierto, siglo XXI). 

¿Y España qué? Pues un poco como aquel anuncio de un coche en el que un anciano se preguntaba si el Madrid había sido otra vez campeón de Europa. Tu canción, de Amaia y Alfred, concluyó en el puesto 23. Un resultado mejor que el del año pasado y similar al de la mayoría de los últimos representantes españoles en el festival. Si no fuera sólo un concurso musical y un espectáculo televisivo (y sobre todo, si no tuviéramos problemas de verdad), diríamos que España tiene un problema con Eurovisión. Pero quizá no es para tanto. Lo importante es que Amaia y Alfred defendieron muy bien su tema. Se optó por una puesta en escena sencilla, ya saben, sin fuegos artificiales. Pero no fue el año, ese oasis ya lo vimos en 2017 y tardará en volver a Eurovisión. Estuvieron fantásticos. Lo de Amaia especialmente es estratosférico. ¿Hay algo que esta mujer no cante de forma impecable? Es maravillosa. 

Naturales y espontáneos como siempre, al terminar el festival reconocieron que el puesto era "una mierda" y afirmaron que Eurovisión les había parecido "un poco postureo", lo cual quizá sumará a la legión de críticos de ambos cantantes a los eurofans más hipersensibilizados con las críticas a su festival, que harán compañía a los nacionalistas españoles que se cortocircuitaron cuando Alfred regaló a Amaia un libro titulado España de mierda. A mí me gustó la actuación. La canción no es, en efecto, muy eurovisiva, ahora que le devolvemos a ese adjetivo todas las connotaciones que tenía antes del milagroso triunfo de Salvador Sobral, el oasis en este festival, la victoria del intruso que fue un chispazo de autenticidad y verdad entre tantos fuegos artificiales. Dicho esto, el año que viene por estas fechas, ahí estaremos, con la televisión encendida y, sobre todo, Twitter abierto, para seguir Eurovisión en Israel, por obra y gracia de una canción prescindible y olvidable. 

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