Historia de la violencia

Hay autores que recelan de la autoficción, que no confían en esa forma de narrar en la que el propio escritor y sus vivencias son contadas en primera persona. Son escritores que defienden la ficción pura, digamos, la pura invención, la que plantea mentiras que cuentan la verdad. Otros, sin embargo, piensan que la primera persona es la más honesta y creen que separar al autor del narrador es una forma de esconderse, de camuflar el componente autobiográfico que tiene cada línea que se escribe. Édouard Louis es, claramente, de estos últimos. Conmovió con Para acabar con Eddy Bellegueule, su desgarrador e impactante debut literario, en el que habla de su infancia, de la decisión de romper con su pueblo natal y con su familia, para ser él mismo, para vivir libremente, para escapar del atavismo y la opresión homófoba que le impedía sentir en libertad. 

En aquella impresionante obra, el autor hace una catarsis, un ejercicio de salvación personal. La escritura importa, mucho. Le salva la vida. Y lo cuenta con una honestidad dolorosa que estremece y atrapa al lector. En Historia de una violencia (Salamandra), vuelve a ser su vida, en este caso un episodio traumático vivido tras la ruptura con su pueblo y su entorno, el centro de la obra. El título, genérico, es totalmente acertado, pues Édouard Louis cuenta un hecho violento concreto, en el que él fue la víctima, pero plantea en realidad una reflexión más general sobre la violencia. Es una obra personalísima e íntima, sí, pero consigue trascender a su dolor, al recuerdo agobiante de aquella noche terrible en la que creyó que iba a morir. De nuevo, en primera persona, aunque esta vez hace contar parte de la historia a su hermana. De nuevo, exponiéndose ante los lectores en un ejercicio valiente y honesto, con un estilo excepcional. 


La Nochebuena del 2012, cuando el autor regresa a su casa parisina tras pasar la noche con sus amigos, un desconocido le aborda. Es atractivo ("sentí el deseo de agarrar su aliento con los dedos y extenderlo por mi cara"), pero el escritor se resiste. Quiere llegar a casa y leer los libros que les acaban de regalar, piensa. O más bien, es lo que se dice a sí mismo, intentando convencerse. Pero acaba cayendo a la atracción que siente por ese joven, de nombre Reda. Cuando él le pide subir a su casa, Louis dice inicialmente que no, aunque vive sólo, se inventa la historia de que vive en casa de sus padres, que no le permiten subir a nadie a su cuarto. Pero el deseo puede más y entran en casa, donde viven una noche de pasión que termina en un intento de homicidio y una violación, que narra el autor de forma escalofriante y fría, descarnada, con una extraordinaria capacidad de contar su propia vida con distancia, como ya mostró en su primer libro. 

Explica el autor lo que sintió entonces y su necesidad de contárselo a todo el mundo. Tras lograr librarse de su agresor, Louis acude al médico, donde se encuentra con un indigente en la sala de espera. Y escribe el autor que "ya había tenido que contenerme para no empezar a hablarle de ello al borracho sin techo, después de su Feliz Navidad; para no replicarle que lo que me decía resultaba irónico habida cuenta de que yo estaba en el hospital ese 25 de diciembre, es decir, en el momento en que debería estar en otra parte, igual que él; para no comenzar a contarle todo lo que me había conducido hasta allí, hasta urgencias". 

Siente el autor que nadie le comprende, que nadie sabe realmente por lo que está pasando. Alberga muchos sentimientos, pero inicialmente, también el de rechazo a los policías que, en cuanto él les dijo que su agresor era extranjero, aprovechan para dar rienda suelta a su racismo. Pero más tarde, explica el escritor, de nuevo con una honestidad que desarma, que él mismo empezó a ser racista, algo que jamás había sido, que siempre había detestado. Cuenta, horrorizado, como para exorcizar a un fantasma, que empezó a temer a hombres negros o extranjeros, que sufrió durante un viaje a Estambul porque cada llamada al rezo le parecía una ofensa, como una llamada a ser atacado, porque se veía rodeado de presuntos agresores. Es durísimo lo que cuenta. "Una segunda persona se había instalado en mi cuerpo; pensaba por mí, hablaba por mí, temblaba en mi lugar, sentía miedo por mí, me imponía su miedo, me agitaba con sus temblores". 

Pero el autor va más allá del dolor de aquella agresión y del impacto que le causó. Habla de un regreso temporal a casa y de la relación con su familia. Y empatiza con su agresor. No consiente que nadie le diga, por ejemplo, que probablemente su nombre real no sea el que le dijo. Hasta justifica, en cierta forma, el robo, porque, recuerda, él de joven también cometió algún hurto. Es quizá la parte más fascinante del libro, aquella en la que plantea que su vida podría haber seguido un camino similar al de su agresor. Y cuando hace una reflexión general sobre la violencia, partiendo de la base de su caso particular. De la violencia y del rechazo al diferente, del odio. "El odio se desplazó a otras personas, como si éste fuera un sentimiento que por naturaleza no pueda desaparecer, sino tan sólo pasar de un cuerpo a otro, transferirse de un grupo a otro, de una comunidad a otra", escribe en un pasaje del libro. 

Historia de la violencia cautiva y remueve la lector como lo hizo la primera obra de su autor, que deja clara su concepción de la literatura con estas dos obras, y también con una cita de Imre Kertész que incluye al final de esta obra. "Descubrí que no se puede o, lo que viene a ser lo mismo, que yo no puedo, o sea, que es imposible escribir la felicidad, que la felicidad es tal vez algo demasiado simple para escribir sobre ella, apunté, como leo ahora en un papelito que escribí en su día y que ahora copio, pues la vida vivida felizmente es una vida vivida mudamente, escribí. (...) Descubrí que no escribo para buscar la alegría, sino todo lo contrario: que por medio de la escritura busco el dolor, el dolor más intenso, casi insoportable, seguramente porque la verdad es dolor, y la respuesta a la pregunta sobre qué es el dolor, escribí, es muy sencilla: la verdad es lo que consume, escribí". 

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