Rivera abraza el nacionalismo

Nada defraudaría más a Albert Rivera que una repentina moderación de los independentistas catalanes. El líder de Ciudadanos necesita la radicalidad de los líderes del independentismo, porque es la razón de ser del partido naranja, el motivo por el que está disparado en las encuestas (o uno de ellos) y su principal (o casi único) argumento electoral. Rivera se presenta como antinacionalista, pero en realidad es lo más parecido a un nacionalista catalán que uno pueda echarse a la cara. Porque es nacionalista, muy nacionalista, sólo que español. Opción, naturalmente, tan legítima como el nacionalismo catalán o el gallego, sólo faltaría. Pero idéntica en sus principios y tics identitarios. Al independentismo catalán le viene de cine que la imagen que se ofrezca de Espàña sean los rancios discursos nacionalistas, ese "yo soy español" o el "a por ello" que con tanto entusiasmo abraza y promueve Ciudadanos, del mismo modo que los nacionalistas españoles, abanderados por Albert Rivera, necesitan de los extremistas del otro lado y de sus excesos. Los polos se atraen, dicen. Se necesitan en este caso. 


Albert Rivera presentó ayer una plataforma, España Ciudadana, en la que cambió el naranja de su formación por el rojo y gualda de la bandera española. Para amenizar la mañana invitó a Marta Sánchez a cantar su alucinógena letra del himno español, con el que la cantante se emocionó. Seguro que no es la única que llora escuchándolo, pero probablemente no por las mismas razones. En cualquier caso, repetimos hasta la saciedad, Rivera  es perfectamente libre de abrazar el nacionalismo de forma abierta, sólo faltaría. A mí me desagrada mucho este corte identitario de cualquier discurso político en España, esta guerrilla boba de banderas e himnos, este poner a enfrentarse entre sí sentimientos nacionales de unos y otros. Me desagrada y me asusta, pero qué le vamos a hacer, libres son unos que se dicen no nacionalistas de ser más nacionalistas que nadie, y otros que se dicen integradores de elegir como líder a un xenófobo radical

Torra, el nuevo president, ve catalanes de pura cepa y malditos españoles, "bestias con forma humana", como el niño de El sexto sentido ve muertos en ocasiones. Y Rivera ve españoles. Por todos lados. Extranjeros ya no, claro, recuérdese que él defendió con ardor que las personas en situación irregular en España no pudieran recibir la misma atención médica que otros seres humanos, a ver si se van a creer personas de pleno derecho y todo. Rivera (Albert, no otro Rivera del pasado con cuyo discurso tiene no pocos parecidos, tal y como se han encargado de recordar varios tuiteros) ve españoles. No ve empresarios y trabajadores, no, sólo ve españoles. Ni tampoco rojos y azules. Ni agnósticos y creyentes. Ve españoles, nada más. Todos unidos por el DNI y por haber nacido en el mismo terruño. Al fin y al cabo, ¿qué puede ser más importante para definir la identidad de una persona que el azar de haber nacido en un punto de la Tierra en vez de en otro, verdad? 

Si no fuera porque Ciudadanos se proclama antinacionalista en cada ocasión que se les presenta, si no resultara casi antipatriota venir ahora a criticar a Rivera, nada menos, el gran líder de la España constitucionalista, uno diría que el discurso del líder del partido naranja es calcado al de los independentistas catalanes. Como dos gotas de agua. Salvo que, naturalmente, si son los otros los que reivindican la identidad nacional, sólo que si son los otros, se trata de un nacionalismo excluyente. Para Rivera, al parecer, a lo mismo se le llama de dos formas distintas en función de si lo hacen los de enfrente (malvado nacionalismo) o los propios (bendito y necesario patriotismo). 

Dijo Rivera ayer que ningún español más tendrá que pedir perdón por hablar su lengua. ¿Conoce Albert Rivera a algún español que le haya pedido perdón a alguien por hablar español? Tampoco pedirán perdón, clamó, por exhibir su bandera. ¿En serio? ¿De verdad alguien ha pedido perdón por ello? No sé. Nos puede parecer, y nos parece, preocupante este sarampión de banderas en los balcones, sobre todo a quienes no vemos más trozos de tela y no tenemos el menos sentimiento identitario. Pero respetamos a quien muestra la bandera española, la catalana o la de la Casa Stark, hasta la de los Lannister. Que nos preocupa y entristezca este giro hacia el nacionalismo del debate político en España no significa que no respetemos a quienes sacan sus banderas a los balcones.

De todos los errores cometidos por los políticos independentistas catalanes, de todos sus excesos y todas sus responsabilidades, quizá ninguno resulte más grave e imperdonable que el haber alimentado el cutre y rancio nacionalismo español. Lo que más me gustaba de España era su ausencia total de sentimiento nacional, de exhibiciones identitarias bobas. Me encantaba que la bandera sólo se mostrara para celebrar triunfos deportivos. Eso que tantos envidian de otros países, el respeto reverencial y religioso a determinados símbolos nacionales, a mí me ha espantado siempre bastante. Pero aquí estamos, con el partido Ciudadanos, antinacionalista, abrazando con fervor el nacionalismo, sólo que llamándolo patriotismo, que queda como más noble. 

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