Interstellar

Preguntado sobre las críticas cinematográficas, Woody Allen afirma en un libro escrito por Eric Lax que le gustan "las reacciones sencillas" porque las sesudas críticas "no son más que racionalizaciones concebidas para justificar una respuesta emocional a una película".  Como casi siempre, el genial cineasta neoyorquino, que hace años que no lee las críticas de sus películas, tiene razón. Así que empezará diciendo que Interstellar me fascinó. Con la última película de Christopher Nolan viví sensaciones que hacía años que no experimentaba en una sala de cine. Ahora pretenderé justificar esta respuesta emocional a la película. Es una cinta deslumbrante y cautivadora desde muchos puntos de vista. Es una experiencia en sí misma. Uno sale del cine con un nudo en el estómago que tarda en desaparecer. Hasta ayer decía que el género de la ciencia ficción no me gustaba, o al menos que me costaba mucho entrar en él y sentirme conmovido por lo que en estas cintas ocurre, pero creo que si todas las películas de este estilo tienen la profundidad y la brillantez de Interstellar debo cambiar mi postura con celeridad. 

Es una película colosal que te atrapa. No observas en la pantalla una historia, sino que te sacude con fuerza lo que ocurre ante ti en los 169 minutos de metraje. Es de esas cinta que se deben digerir, que seguro que ganan en segundos o terceros visionados, porque hay muchos aspectos relevantes de la misma. Para empezar, el dilema que plantea. Sirviéndose de la ciencia ficción, Nolan presenta un futuro en el que el planeta Tierra está cerca del colapso. No hay apenas cosechas de las que alimentarse y los fenómenos meteorológicos, tormentas de arena en este caso, son cada vez más extremos. Se necesita buscar otro planeta habitable al que poder trasladar a los habitantes de la Tierra. "No queremos salvar el planeta, sino la humanidad", se dice en un momento del filme. 

Un piloto de la Nasa que ahora se dedicada a cultivarla granja y a sacar adelante a sus hijos, Cooper, magistralmente interpretado por McConaughe, lidera la misión espacial en busca de algún planeta que sirva de reemplazo a la Tierra tras la devastación generada por la acción humana. Le acompaña la científica Amelia, a la que da vida Anne Hathaway. Creo que lo más atractivo de la cinta no es su dimensión espacial, los planteamientos científicos que muestra, aunque sin duda estos están llenos de cuestiones fascinantes como los agujeros negros, la ruptura del espacio tiempo o el desfase temporal entre otros planetas y la Tierra, de tal forma que una hora en alguno de esos planetas es como una década, o más, en la Tierra. Es, sin duda, un pilar importante de la trama, clave, pero no la cinta no se queda en ese aspecto para deslumbrar al espectador con apasionantes planetas imaginarios y bellos planos del espacio. Esta parte de la historia se pone al servicio de lo que para mí es la clave de la cinta: las relaciones personales. 

Combina Nolan esa odisea espacial que sólo de una mente brillante puede salir, tan loca, tan brutal, tan cautivadora, tan deliciosamente extraña, con un acercamiento preciso a las relaciones personales. Por momentos, la cinta es un tratado de la condición humana. Brilla con especial fuerza la relación entre Cooper y su hija, de la que se despide siendo esta niña. La intensidad emocional de esta historia supera a la tensión formidable que provoca la película, sobre todo a partir de su ecuador. Porque el espectador sigue con tensión las peripecias espaciales de los protagonistas, buscando contrarreloj un planeta habitable en el espacio, atravesando agujeros negros, explorando el espacio. Sí. Pero son las relaciones personales, y muy especialmente la relación paternofilial entre Copper y su hija, las que elevan a la categoría de obra maestra esta película. "A partir de ahora, somos los recuerdos de nuestros hijos. Los fantasmas del futuro de nuestros hijos", cuenta el protagonista que le dijo su mujer, fallecida cuando se narra la historia, cuando nació su hija Murph, como la ley que dice que si algo puede ocurrir, ocurrirá, y personaje central del filme. 

Por tanto, la historia no cautiva sólo por el viaje espacial, algo siempre fascinante, sino porque con ese escenario como telón de fondo, como argumento central de la historia sobre el que pivotan el resto de elementos de la trama, hay diálogos brillantes e historias personales muy potentes. Se habla del amor, se reivindica de algún modo. Creemos que es un sentimiento con utilidad social, pero que no tiene ningún sentido científico ni ninguna trascendencia. ¿Y si estamos equivocados? Algo debe significar que sigamos amando a gente que está muerta, aunque no tenga ninguna utilidad práctica, cuenta el personaje de Amelia en un momento del filme. También es, como digo, un tratado sobre la condición humana. "Ahí fuera nos enfrentamos a muchos peligros, a la muerte quizá. Pero no a la maldad", dice el mismo personaje cuando emprenden su viaje espacial.

Apabulla Interstellar porque no se limita a ser una atrevida odisea espacial para mayor gloria de los amantes de la ciencia ficción. Lo es. Pero también reflexiona sobre la vida, sobre el paso del tiempo, sobre las relaciones personales. Aparecen sentimientos nobles como el amor, la amistad o la lealtad, pero también de los otros, como el egoísmo, el engaño o la arrogancia. La película crece. Se expande por el espacio la nave donde viajan los protagonistas y, a la vez, no hace más que crecer la historia. Más y más, hasta que el espectador se ve desbordado, asiste atónito al desarrollo de la trama, donde tampoco faltan toques de humor, y a su genial desenlace. Irse muy lejos, al espacio, para hablar del amor a los hijos, para sentir la traición de quienes te quieren, para confesarte con tus compañeros de aventura, para reflexionar sobre el sentido de la vida. Es esa dualidad, lo extraordinario del universo que imagina el director en la cinta junto a las historias personales reconocibles que narra, lo que cautiva de Interstellar

Volviendo al principio, Woody Allen decía que prefería las reacciones sencillas a las películas, que las críticas muy elaboradas, esas que analizan cada trama de una película, cada aspecto del filme, son sólo un intento de justificar con argumentos una respuesta emocional a esa historia. Con Interstellar el cine vuelve a ser lo que en esencia siempre fue, una experiencia fascinante que atrapa al espectador y le hace volar, pensar, llorar, reír, emocionarse, sufrir, inquietarse, ponerse nervioso, esperanzarse... Sale uno de la sala, en fin, removido por dentro. Quizá esta crítica habría sido más reposada si hubiera dejado pasar más horas desde que vi la película, pero uno también sale del cine con ganas de hablar de esta deslumbrante y genial película que, sí, me hace reconciliarme con el genero de ciencia ficción, porque con ese envoltorio ofrece una profundidad impresionante que en pocas cintas se encuentran

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