Desde una ventana

"Que levante la mano quien quiera bailar", canta Andrés Suárez en el primer tema de su último disco, Desde una ventana, que puso a la venta el viernes. Esa frase resume bien el espíritu de algunas de las canciones de su séptimo trabajo, más animadas, más vitalistas, con más música de fondo, en un estilo algo distinto al que nos tiene acostumbrados el cantuator gallego, pero con la misma verdad. "Que levante la mano quien quiera escapar", canta un par de estrofas más allá en la misma canción. Y, en efecto, los temas de Andrés Suárez siguen ofreciendo la posibilidad de la fuga, del refugio en la poesía de la muy prosaica realidad. Y permanece ahí el lirismo, su voz, sus letras delicadas y llenas de sensibilidad. 


Cuando Andrés Suárez publicó hace unas semanas el primer single de su disco, El corazón me arde, se encendió alguna que otra luz de alarma entre los seguidores del cantautor, porque la canción sonaba distinta a la mayoría de sus trabajos previos. Hay pocas cosas más injustas que un seguidor de un cantante o grupo musical que se convierte en defensor de sus esencias, en protector de su carrera, como si le preocupara más que al propio artista, como si él supiera mejor que el intérprete qué es lo que le conviene, qué tipo de canciones quiere y debe hacer. Parecía entonces sobrevolar cierta decepción y esa retahíla habitual de frases hechas que se han dicho sobre las carreras de casi todo artista, desde el "el primer disco molaba", al "se ha vuelto demasiado comercial", pasando por el "Sony le ha chupado la sangre y la esencia". 

Niego la mayor. A veces parece que exigimos a nuestros autores conocidos permanecer en la clandestinidad, que sigan siendo tan poco conocidos como cuando los descubrimos en locales pequeños, como si fuera metafísicamente imposible que un artista con un sello discográfico grande se mantuviera fiel a sí mismo. Sólo hay algo más absurdo que creer que las canciones más escuchadas o más comerciales, las que suenan en las radios, son las mejores, y es creer por norma exactamente lo contrario. Tan inútil es pensar que lo comercial es automáticamente lo mejor, confundiendo valor y precio, cifras y calidad, como desdeñar todo aquello que tenga una cierta vocación de llegar a más público. A veces no perdonamos a los artistas que pasen a ser más conocidos, cuando debería ser más bien al revés: seguir pensando que el éxito comercial poco tiene que ver con la calidad per se, pero que tampoco tiene por qué estar reñida con ella. 

Reconozco que a mí también me chocó El corazón me arde. Demasiada música detrás, acostumbrados a escuchar la voz de Andrés Suárez. Demasiado pop, demasiado comercial. Pero la canción gana a medida que se escucha, sobre todo porque ahí sigue estando el sello de las letras del cantautor gallego ("represento la fe y no he rezado jamás"). Y, además, es sólo uno de los quince temas del disco. Lo cierto es que, escuchado el disco (lo primero que he hecho tras terminarlo es volver a escucharlo entero desde el principio) combina bien el sonido de siempre del artista, con canciones que son pura poesía en la que predomina la voz de Súarez, junto a la guitarra o al piano de Marino Saiz, con temas que traen otros ritmos. Los artistas experimentan, tienen distintas inquietudes y distintas fases vitales, y aquí Andrés Suárez, en el que quizá sea su disco más heterodoxo, más mestizo, más juguetón, regala temas de los de toda la vida y otros que abren una vía distinta, pero siempre desde la verdad de sus letras muy vividas, de sus versos exquisitos. 

Hay varias joyas en el disco, varias de ellas, canciones que el cantautor ya había interpretado anteriormente en conciertos, como la fabulosa Tal vez te acuerdes de mí ("y cuando ya no puedas más de tanto amor sin escalera, cuando busques piso a medias y colchón, y cuando no quieras dormir por ver dormir a tu pareja, quizá me entiendas, tal vez te acuerdes de mí") o Ahí va la niña, sobre un amor infantil que, pasados los años, ve cambiarse las tornas para terminar gritando "tarde". Es deliciosa La próxima vez en Lisboa, en la que Andrés Suárez combina español y portugués ("tiembla Lisboa conmigo cuando recuerdo aquel fado") y es prodigioso lo bien que casa su voz con la de Rozalén en Desamiga ("duele más un desamigo que un amor, duele más, en vez de verte, imaginarte"). También son magníficas Dama que pinta en el sur, Estrellas, Serrat 2015 (un homenaje al maestro catalán en el que toma prestados algunos de sus versos para rememorar un concierto suyo) y la que da título al disco, Desde una ventana, en la que canta el artista que "sólo soy un cantante que baila si lo haces conmigo y un niño en el medio, que jugando se esconda contigo cuando vuelva de cada concierto". 

La esencia de Andrés Suárez sigue incólume en Desde una ventana, un disco a la altura del talento del cantautor que comenzó cantando en el metro y llenó de música y poesía el Palacio de los Deportes en noviembre del año pasado en una noche mágica e inolvidable. Ahora comienza una gira de teatros para seguir, como canta en Serrat 2015, regalando momentos de los que podamos decir que "una vez fuimos demasiado verdad". 

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