Bailando la vida

Una feel good movie en toda regla. Detesto los anglicismos y esa manía petulante de usar sin parar términos en inglés cuando se habla en español, en vez de exprimir la riqueza de este idioma. Es una estupidez enorme, cada vez más extendida. Sin embargo, el inglés tiene un término para un tipo de películas, un género en sí mismo, al que se adscribe Bailando la vida, de Richard Loncraine. Y no es extraño que el inglés tenga una forma propia de llamar a este tipo de películas, porque buena parte de las películas británicas que llegan a España son de esas, cintas de sentirse bien, sí, que transmiten buen rollo. Filmes vitalistas y tiernos. Son películas que buscan despertar emociones en el espectador, sin el menor reparo. Sus intenciones son obvias; sus pretensiones, inexistentes. Y suelen conseguir lo que persiguen, por más que suelan resultar previsibles. 

Bailando la vida no es una película particularmente original ni resulta sorprendente en ningún momento. Pero funciona como historia inspiradora, vitalista, alegre, emotiva. Imelda Staunton, a quien hemos visto en otras cintas recientes como la excepcional Pride, da vida a una mujer de clase media que espera la jubilación de su marido, entregado a su carrera durante todo su matrimonio, para disfrutar al fin de su compañía, de planes juntos. Pero las cosas no salen exactamente como esperaba y termina descubriendo a su esposo besándose con una amiga de la familia, que para su marido es más que una amiga. De pronto tiene que empezar una nueva vida, porque la que tenía en mente se rompe en pedazos. Decide irse a vivir con su hermana, maravillosa Celia Imrie, a quien lleva años sin ver, y con la que protagoniza esta encantadora historia de descubrimiento, segundas oportunidades y amor a la vida. 


Las dos hermanas son, o aparentan ser, muy diferentes. Una, conservadora, tradicional, reprimida. La otra, deshinibida, alocada, vitalista. Después de muchos años a la sombra de su marido, ahora la protagonista se ve sola, pero con una nueva vida por delante. Destrozada al principio, poco a poco va aprendiendo a abrazar la vida con el ejemplo de su hermana, que decide animarla, llevarla a su grupo de baile, y que le hace prometer que nunca se cerrará a nada en la vida. "¿No tienes miedo a la muerte?", le pregunta a su hermana el personaje de Imelda Staunton. "No. Peor que tener miedo a la muerte es tener miedo a la vida", le responde. Y en esa diálogo se puede resumir la cinta. 

La película es más bien previsible, telegrafía lo que va a ocurrir, nada resulta especialmente sorprendente o inesperado. Tampoco es, desde luego, una cinta memorable, ni una obra maestra. Pero no es lo que busca. Ni sorprender del todo, porque lo que le falta de sorpresa lo tiene de emotividad, ni ser nada más que una película agradable de ver. Como es habitual en este tipo de cintas británicas, deslumbran las interpretaciones de los intérpretes, creíbles en cualquier diálogo y escena, hasta cuando se despiertan de la siesta. Transmiten naturalidad en cada plano. Maravillosas las dos protagonistas, que muestran una historia no común de lealtad entre dos hermanas maduras, y sensacionales también Timothy Spall y David Hayman. Todo el reparto muestra una precisión milimétrica en sus interpretaciones. 

Uno ríe con esta cinta, ligera y con escenas ingeniosas (la protagonista desencadenada en un restaurante asiático con su hermana, una compañera de baile explicando que se separó de su quinto marido por motivos religiosos, "él se creía dios"), aunque también llora, algo igualmente típico de esta clase de películas. Hay situaciones duras y tristes, que sirven para realzar la actitud de celebración permanente de la vida que transmite la cinta. Precisamente porque existen esos dramas es precioso abrazar cada alegría, perseguirla, estar siempre dispuesto a disfrutar de cada instante feliz que se presente. Por ejemplo, viendo películas encantadoras como Bailando la vida, aunque uno sepa que está siendo manipulado emocionalmente, aunque no sea el summum de la originalidad, aunque la cinta persiga deliberadamente despertar emociones intensas. Lo logra. Y eso es lo que cuenta. 

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